Os pongo en
situación, el pasado verano, como comentaba en mi proyecto me interesa, tuve una
experiencia en una escuela de verano, con un niño que tenía problemas en cuanto
al desarrollo mental normal, del que los monitores no fuimos avisados.
Esta Navidad
he tenido la suerte de estar otra vez como monitor, esta vez en la “Escuela de
Navidad”. Cuando me comentaron que estaría estas dos semanas como monitor en el
mismo sitio, entre muchos de mis pensamientos me vino a la cabeza este niño,
pues él había sido mi inspiración para poder aportar mi granito de arena a
nuestro proyecto. Miré las listas de admitidos para esta primera semana y en
efecto él estaría junto con otros niños en la escuela.
La semana empezó
entre caos del primer día, esta vez y distinto al sentimiento que tenía en
verano, me veía capaz de ofrecer un muy buen servicio a todos aquellos niños,
ponía en práctica el bagaje de conocimientos adquiridos en nuestra asignatura.
Como nombraban dos compañeros nuestros en su “me interesa”, deje de ser un ‘pedagogo
venenoso’ en muchas cosas que antes consideraba que hacía bien, pero tras el
trascurso de este cuatrimestre me daba cuenta que estaba insumido en un error.
He intentado
tratar a todos los niños desde el respeto dándole la atención necesaria,
atendiendo a desigualdades, conflictos,… evitando el recreacionismo, en el cual
solemos caer los monitores de actividades juveniles muchas veces.
Además del
caso nombrado de problema psicológico, teníamos otros tres niños, dos de ellos con
discapacidad mental, un pequeño retraso mental, que por el comentario de otros
compañeros, habían mejorado un montón desde la última vez y los especialistas
le habían recomendado la socialización con los demás niños, imprescindible para
su mejora. El tercero de estos tenía déficit de atención por hiperactividad.
Siguiendo
con mi protagonista, los tres primeros días de la semana fueron fantásticos,
pues aunque no lográbamos que este participara como uno más en las actividades,
lo incorporábamos en estas con otro papel, siempre que a él le apetecía. Un
ejemplo de esto se dio en un juego en el que la acción de los niños se daba
tras el sonido de un silbato cada turno, pues la labor de nuestro amigo, me
permito llamarlo así porque lo considero un amigo, era la de pitar decidiendo
él el momento en el que pitar. Estaba a mi lado y cada vez que pitaba me miraba
y me preguntaba “¿Lo estoy haciendo bien?”, obviamente mi respuesta era
afirmativa, pues ante esta su cara era felicidad pura, se sentía útil y
valorado. Cuando no le apetecía mucho realizar los juegos le ofrecíamos el
poder ver comics, cosa que le encanta, y el aceptaba sin pensarlo.
En estos tres
primeros días su actitud hacia todo el mundo era genial, cada vez que se
cruzaba con un monitor eran, abrazos y besos. Recuerdo una de esas veces que me
abrazo y me dijo “Te quiero”, para mí eso fue el mejor regalo de estas
navidades.
Llegó el
último día, y por el hecho de ser el último día las actividades no eran las
mismas que el resto de la semana y se realizaban grupos más grandes. Este niño
no lo comprendió del todo, pues él quería hacer lo de siempre. Quería subir a
la sala de juguetes, pues le tocaba a esa hora subir con su grupo. Una
compañera hablo con él, comunicándole que ese día no se hacían las mismas
actividades. La reacción de este no fue muy buena, pues se puso algo violento y
le dijo textualmente a mi compañera “Señora malvada, te voy a meter piedras en
los bolsillos y te voy a tirar a un pozo”, que aun que ahora parezca algo
graciosa, en ese momento no fue para nada graciosa.
Ante esta
situación, me quede sentado con él en unas escaleras intentando hablar con él,
para poder tranquilizarlo, sin levantar la voz sin obligarlo a nada,
simplemente que me contase que le ocurría, este era incapaz de cambiar su
esquema, él quería estar en la sala de juegos, como el resto de días a esa hora.
De su boca salió palabras como que todos los monitores éramos malos y no lo
queríamos a él. Es un niño corpulento, con mucha fuerza y que no controla, sus
movimiento eran violentos, daba patadas a las paredes. Una compañera y yo
decidimos subirlo bajo unas condiciones acordadas con él mismo. Finalmente a
los cinco minutos, cogió su juguete favorito, una marioneta de León, y accedió
a bajar con los demás niños a jugar y a realizar los diferentes talleres
programados para ese día.
Cuando
llevaba escaso 5 minutos con los demás niños se acercó a cada monitor uno a uno
y nos pidió perdón, sin decirle nadie que lo hiciese. Desde ese momento hasta
que finalizo la mañana cada vez que nos
veía nos pedía perdón. Jugando con él y otros niños, se acercó a mí y me dijo “¿Quieres
ser mi amigo otra vez?”.
Bajo todos
estos problemas se encuentran niños que necesitan cariño y atención. Verlos a
todos felices, tanto los que están bien como los que no, es una satisfacción
inmensa.